El faro. Un descenso a la locura marina.

Después del maravilloso éxito con su ópera prima “The witch”, Roberts Eggers regresa con otra historia de terror que nos traslada al Maine del siglo XIX para contarnos la danza macabra de muerte y locura, ambientada en el faro de una isla perdida en medio de la nada. Una fascinante y aterradora película, más gris que blanco y negro, como si de un daguerrotipo de horror se tratase.

Los faros alejados de la civilización han sido reclamos para el terror, pero también para todo tipos de historias desde el suspense al romance. Es un lugar que resulta fascinante y que sirve tanto para un relato clásico de fantasmas, -que sucede en alta mar- (La niebla John Carpenter, 1980) como para un microcosmos que sucede en la plácida y ficticia Calabuch (Calabuch, Luis García Berlanga, 1962). El caso “The lighthouse” es el de una historia gótica con unos aparentes pocos elementos (los protagonistas sería Winslow, Wake y una gaviota disgustada) pero “El faro” es un film que llama la atención sobre todo por su apuesta audiovisual. Por lo primero, sentiremos un ruido constante, las olas, las tormentas y sobre todo la sirena de niebla que advierte a los barcos del peligro, esa bocina sería la base sonora de la película; mientras que por el aspecto visual se acerca al cine mudo por la relación de aspecto cuadrado de la Academia, 4:3.

Dos personajes taciturnos y severos para una ambientación en la década de 1890 en Maine, un rinconcito del Noroeste de los Estados Unidos.  Thomas Wake (Dafoe) y Epharim Winslow (Pattison) son dos fareros que llegan a una isla pequeña y desolada. Durante días, trabajan, comen y beben, estableciendo el antagonismo, nacido del temperamento y de esta forma, ambos representan dos de los personajes más fascinantes que haya visto en los últimos años. Hay una sombría y cautivadora fascinación al verlos enfrentarse a las situaciones que les presenta la historia e intercambiar sus diálogos con tanto talento. El guión resulta ser un buen homenaje a la tradición marina de clásicos escritores, como Coleridge o Melville, pasado por el filtro de Allan Poe o Lovecraft.

Winslow y Wake no podrían alejarse el uno del otro aunque quisieran. Han sido asignados a permanecer cuatro semanas en una isla que no es más grande que la estructura del título, los barracones en donde vive y una pequeña casita desde donde dirigen las señales de la sirena de niebla. Ambos, dos desconocidos que acaban de conocerse, comparten una habitación y una comida en una pequeña mesa.  E incluso el aspecto visual de la película enfatiza en este carácter claustrofóbico. “El faro” nos muestra constantemente la claustrofobia, tanto en el sentido físico como el psicológico, que sería insoportable de ver si ésta no resultase tan divertida.

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Unos personajes fascinantes.

Wake, con una barba tupida digna del capitán Ahab y un rostro marcado por los golpes, su personaje suena como un pirata de dibujos animados. Sería una extensión en carne y hueso del faro, es el veterano guardián de sus tradiciones y supersticiones (“Nunca mates a una gaviota”, advierte).Thomas podría estar resentido por ser un antiguo marinero que debió abandonar a causa de una lesión; es histérico y molesto en igual medida. Pero Pattinson está aún mejor. Interpreta a su Ephrain con desesperación porque su personaje esta “necesitado de luz”. Winslow necesita ese trabajo (y el éxito) para sobrevivir y poder salir del agujero que es su vida. Ephraim dejó su antiguo trabajo de tala en Canadá y en su nuevo destino, cumple pequeñas tareas como la de recolectar leña, vaciar ollas, reparar y limpiar.Mientras que la fotografía de la película proyecta el rostro de Wake en todo tipo de sombras dramáticas, la mirada de Winstlow está aprisionada en una mueca eterna, irritado ante el enloquecido liderazgo de Wake. Pattison es un actor que se luce cuando su personaje le empuja a una situación límite. No sólo comienza a obsesionarse con el entorno de la isla sino que empezará a sufrir visiones cada vez más aterradoras.

Al principio parece que la película se centra en la paranoia y el miedo de Winstlow, pero termina siendo una historia visceralmente “empática” -primero propulsada por la visión sexual de la sirena- pero sobre todo por la relación entre ellos. Los dos personajes pasan de la enemistad a la camaradería y a la intimidad padre-hijo. Se emborrachan y sufren las resacas juntos, pero guardan secretos entre sí, y Ephraim es consciente de su estatus inferior.

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¿Podría hablarse de un estilo con dos películas?

¿Wake y Wilston están realmente sufriendo el terror de las sirenas y de los monstruos tentaculares que imaginan? ¿O Eggers vuelve a explorar el miedo que surge del asilamiento y de la represión sexual, en medio de la nada? Una referencia a Salem, Massachusetts, nos recuerda a su anterior trabajo. Al igual que en “La bruja”-aquella película sobre una familia asilada de los fundamentalistas del siglo XVII-Eggers hace que el mundo aislado sea a la vez reconocible y desconocido.The witch fue una película de terror contada como si de un cuento popular se tratase, sobre una familia puritana que vivió en la inmensidad del bosque, atormentada por presencias demoníacas. Eggers mostró en “La bruja” un verdadero talento para los detalles de época, evocando imágenes inquietantes a través de los diseños del escenario más simples posibles. “El faro” es un tipo de pesadilla distinta: resulta divertida y vertiginosa, pero tiene el mismo cuidado por el detalle del director. Recurre a pocos elementos y a un particular uso de la fotografía expresionista que le acerca, por ejemplo, al cine de Carl Theodor Dreyer.

En una época en la que se tiende justo a la tendencia contraria -una fuerza visual muy colorista, espectaculares efectos especiales- resulta sorprendente esta película que recurre al formato cuadrado y a la fotografía expresionista en blanco y negro para una película de terror. Un aspecto de cine mudo en tiempos posmodernos y en cierto modo, todo un acierto.

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