El loco del pelo rojo. Los tormentos y éxtasis de Van Gogh.

Rembrant, Dalí, Picasso, Vermeer, Pollock; han sido muchos los pintores cuyas biografías el cine ha querido trasladar al celuloide, en veinticuatro fotogramas por segundo. Pero si hay un artista que el séptimo arte ha dedicado una mayor atención, este ha sido el holandés Vincent Van Gogh. Julian Schnabel, Robert Altman, Vicente Minelli e incluso el japonés Akira Kurosawa filmaron retratos de este torturado pintor, siendo quizás la más famosa de todas la que disponemos a relatar en estas líneas.

Nos situamos en la época en la que Van Gogh tiene 25 años y sus aspiraciones son la de convertirse en ministro al igual que su padre. Pero los ancianos de la Iglesia se oponen cuando descubren que ni siquiera es capaz de pronunciar un sermón sin leerlo en voz alta. Pero existe la posibilidad de marcharse a las minas de carbón belga y hacer su servicio allí, donde aparentemente nadie quiere ir.  Una vez allí, se da cuenta de las necesidades de una gente tan oprimida que no requiere tanto de predicación como de ayuda real. Cede su sueldo a la comunidad minera lo que le enfrentará a la Iglesia y termina regresando a la casa familiar, encontrando en el dibujo su forma de expresión.

Al comienzo de la película vive en un cobertizo de sus padres y pasa todo el tiempo dibujando cosas que no logra vender. Intenta que su prima Kee se case con él y en cambio vive con Sien, una prostituta alcoholizada que le odia.  Su hermano Théo es el único que parece entenderle y quién le mantendrá económicamente cuando se traslade a Arlés, e incluso convencerá a un colega suyo, Paul Gauguin, para que permanezca cerca de él. Lo que acepta encantando teniendo en cuenta que su vida será más fácil en Arlés que a bordo de un barco como marino mercante. Lo interpreta Anthony Quin que ganará el Oscar, por su personaje, un Gauguin que acapara el mejor diálogo de la película. Cuando Vincent le habla con entusiasmo sobre la gracia y dignidad de las mujeres, Paul le grita: “¿Dignidad? Estoy hablando de mujeres. Me gustan gordas y viciosas y no demasiado inteligentes. Nada espiritual, tampoco. Si tuviera que decir “te amo” me rompería los dientes. No quiero ser amado”.

Un poco de historia de su producción.

El film se basa en un libro superventas de Irving Stone, quién más tarde escribiría una obra sobre Miguel Ángel Buonarotti “El tormento y el éxtasis”, que llevaría Carol Reed al cine. La vida del artista fue un material soñado para que fuese adaptado al cine desde que cayese la novela en manos de la Warner, coincidiendo con su publicación -1934- y fuese tentando Richard Brooks para la dirección y Paul Muni en el papel de Van Gogh. La historia hubiera sido totalmente distinta. En aquella época los biopics eran versiones románticas que poco tenían que ver con la realidad del personaje retratado; pensemos en el  Rembrant de Alenxander Korda con Charles Laugthon como protagonista.

Pero cuando John Huston dirigió “Moulin Rouge” en 1951, la MGM compró los derechos de la novela con tal de repetir el éxito que habría alcanzado aquella película sobre la vida de Toulouse-Lautrec y el París de finales del siglo XIX. Minnelli sería el director perfecto. Había sido diseñador de vestuario y escenógrafo en Broadway y estimó la posibilidad de marcharse a París para estudiar arte, antes de que fuese persuadido a trabajar en el cine para la MGM.  Ya había colaborado con Kirk Douglas y John Houseman en “Cautivos del mal”, quien por cierto, había sido el productor de “Moulin Rouge”.

Pero se plantearon varios problemas. John Houseman le puso como plazo máximo para completar el rodaje ese mismo año, 1955, teniendo en cuenta que Minnelli estaba en marzo en pleno rodaje de “Extraños en el paraíso” y Houseman en la producción de “Los contrabandistas” de Fritz Lang. La necesidad de rodar in situ, en pleno agosto, obligó que parte del presupuesto se destinase en reverdecer los campos con productos químicos. Esto forzaba a Vicente Minneli a mantener un método de trabajo diferente al que solía estar acostumbrado, sobre todo en sus musicales, los cuales habrían sumado más de una veintena de Oscars. Por ejemplo, apenas había rodado en exteriores y nunca improvisaba, lo que se hizo habitual en esta película. El equipo viajaba por Francia en varias furgonetas y se iban deteniendo en aquellos lugares que les recordaba a los paisajes de Van Gogh.  

Minelli apostó por una amplia variedad de técnicas cinematográficas como la voz en off -extraída de la numerosa correspondencia que mantuvo con su hermano Théo-, sus habituales planos-secuencia con el formato de Cinemascope e incluso recurrió a dibujos animados en una de las escenas finales, para mostrar el ataque de los cuervos mientras pinta.

En este sentido, el diseño de producción es lo mejor de la película y refleja su cambiante estilo pictórico. De esta forma, empieza mostrándonos una paleta sombría dominada por marrones y grises, coincidiendo con esa etapa en la que servía en una pobre comunidad minera. Para luego, descubrir su vocación y comenzar a pintar en color cuando recala en Arlés y sepa que “todo allí es oro, bronce, cobre y amarillo”, cambiando el aspecto de la película. La pantalla se ve abrumada por una deslumbrante intensidad de color que alcanza su cénit en el campo de trigales. Al mismo tiempo, el estado de ánimo se va oscureciendo.

A pesar de que no obtuvo el Oscar, la película fue un gran éxito para Kirk Douglas, rodeado de una infinidad de anécdotas. Su hijo Michael, entonces un crío, salió llorando de la sala donde la proyectaban cuando vio a su padre cortarse la oreja, o por la reprimenda que le soltó John Wayne. “Pero, ¿Cómo has hecho esto? Los tipos como nosotros ya no quedamos en Hollywood. Debemos interpretar a hombres duros, no a maricas débiles”.

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